viernes, 21 de junio de 2013

La milonga de las sorpresas

Aquella milonga de las sorpresas tenía lugar en un pueblo costero de Francia, tan escondido que ni el GPS lo encontraba y por ello muchos milongueros se perdieron y llegaron muy tarde a la milonga. Aún así, había gente suficiente para crear un ambiente de lo más agradable y el sitio y los anfitriones hacían el resto.

La primera sorpresa de la noche vino por una invitación no esperada. Hay un chico que en el pasado fue mi pareja de baile en unas clases grupales. Mi relación con él y como pareja de baile concluyó el día que fui a una de las clases totalmente destrozada emocionalmente, al recibir una triste noticia. Quizás no debí ir a la clase porque obviamente no estaba en condiciones, pero allí me planté para no dejar en la estacada a mi compañero de baile y para desconectar un poco. Antes de empezar la clase, sin dar demasiadas explicaciones, le dije a mi pareja de baile que no tenía un buen día, que no estaba bien. La clase comenzó y no estuve a la altura, él perdió la paciencia y tuvo algún comentario, que posiblemente debido a mi estado de ánimo, me sentó terriblemente mal. Soy una persona sensible y reactiva, y me cuesta enfriarme cuando me hacen daño, así que desde entonces lo puse en mi lista negra y no volví apenas ni a hablar con él ni tampoco a bailar: fue algo así como un desamor mutuo, porque a partir de entonces había tensión e incomodidad entre nosotros y no volvimos a bailar juntos, ni en clases, ni fuera de ellas. 

En esta milonga yo prestaba una ayudita a los organizadores y cuando él vino a solicitar un baño para asearse y poder bailar, yo le ofrecí un baño privado, ajeno al que se usaba en la milonga, para que pudiera estar a gusto. Parece que apreció el gesto y poco más tarde, cuando la milonga ya tomaba cuerpo, lo vi acercarse hacia donde yo estaba. En ningún momento pensé que venia a invitarme a mí, sino más bien a alguna de mis amigas, maravillosas milongueras con las que él suele bailar de vez en cuando. Seguramente se me notó la cara de sorpresa desde lejos, pero me alegró su gesto, su forma de buscar un acercamiento. El tiempo ha pasado y aunque el recuerdo de aquella última clase no es agradable, quizás él también tenía mal día, no captó que yo seguramente estaba peor que él y sucedió lo que sucedió. Aún así creo que muchos de los sinsabores o roces con la gente son parte de la naturaleza humana, imperfecta por defecto. Y creo que ambos dimos un gran paso, un pacto sellado con un abrazo.

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