martes, 29 de abril de 2014

Cuando la paciencia no es una de tus virtudes

Creo que una de las primeras lecciones fundamentales que me transmitieron cuando empecé a bailar tango es que debía de escuchar a mi pareja y trabajar la espera. Este mensaje era dirigido a las chicas, o quien hiciera el rol de seguidor. La primera vez que lo oí, me confundió. ¿Escuchar a qué, si no había música y mi pareja no hablaba?¿a los pajaritos? ¿La espera? La confusión duró hasta que comprendí que lo que querían decirme era que no me adelantara a mi pareja de baile en el movimiento y que estuviera atenta a su intención, algo así como escuchar su cuerpo. Entendí que era como jugar al payaso en el que uno levanta una mano y el otro, adivinando el moviento tiene que imitarle a modo de espejo, intentando hacerlo al mismo tiempo, aunque en verdad lo hace un poquito después, cuando ya ha visto el gesto o la intención. Yo creía que armarme de paciencia -esa virtud que por lo general en mi brilla por su ausencia- y esperar a que mi pareja propusiera un movimiento, era la clave. Parecía fácil.

Pero más bien resultó ser una misión imposible. Cuando tomas tus primeras clases de tango "no adelantarse" supone que debes esperar a que un chico, inseguro, decida proponer un movimiento, luego que lo consiga hacer bien, y después es cuando tú entras en el juego. Es algo así como sentarse en el suelo horas y horas delante de un niño de dos años para ver si es capaz de tirar una bolita y meterla a un cubo que está a un metro de él, y luego, una vez que lo consigue, intentas devolverle la bola y encima, que él la atrape, teniendo en cuenta que tú también tienes que saber devolverle la bola de la forma adecuada en cuanto a distancia, fuerza, y demás aspectos. La mayor parte de los mortales aguantan unas veinte bolitas antes de querer meter al niño dentro del cubo, pero yo, desgraciadamente, soy de las que después de la tercera bolita, definitivamente empiezo ya a reprimir ese impulso, y lo peor, se me nota. Por eso, cuando empecé a bailar tango con mi pareja, decidí dejarlo por un tiempo, mientras él seguía aprendiendo. La decisión fue tomada ante el dilema de hacer eso o crear una situación que podía dar lugar a un divorcio prematuro porque según parece, aunque intentaba ser paciente y sonreír, estoy segura que al final se me notaba, y él se enfadaba, claro. 

Más adelante, tomando clases con otras parejas comprendí que mi impaciencia podía ser considerada incluso una virtud. Fui consciente de ello cuando esta milonguera, independiente, segura y bastante acostumbrada a que nadie le diga lo que tiene que hacer o lo que no, exigente y perfecionista, habituada también a conseguir lo que quiere y a no necesitar a nadie para eso, es decir, a arreglárselas sola, se encontró en una situación en la que ella no era la que llevaba el timón del barco. Eso si era poner límites a la paciencia de una. Pero todo se aprende, y mientras la vida me enseñaba mucho, el tango también me daba lecciones.

viernes, 25 de abril de 2014

No hay dos sin tres

Soy una de esas personas a las que les dicen que se le ha caído el apellido al suelo, y va, y mira. A veces peco de ingenua o me lo creo todo, y aunque solo me dura unos segundos, son los suficientes para que a mis amigos les haga toda la gracia del mundo y siempre que pueden, aprovechan la ocasión: definitivamente, es algo que tengo que corregir.

La última vez que sucedió estábamos cenando en casa un grupo de amigos antes de ir a una milonga. Habíamos pedido comida a un restaurante italiano y además de algunos platos para compartir, cada uno pidió un plato para sí mismo. Yo pedí albóndigas de espinacas. Comimos mucho, pero sobró comida, incluida una albóndiga que metería a mi estómago al día siguiente durante la comida. El anfitrión la puso en un plato y la metió al microondas, sabiendo que estaba muerta de hambre y ansiosa por darle un mordisco. Así que al sacarla no pudo reprimir sus ganas de tomarme el pelo y exclamó: "¡se ha hecho más grande!". Y yo abrí los ojos sorprendida para mirar, encantada, creyéndomelo totalmente. Hasta que vi su sonrisa burlona mientras giraba la cabeza de un lado a otro con gesto de "no tienes remedio" y murmuraba lo fácil que es tomarme el pelo y sobre todo cuando hay comida de por medio. Por algo dicen en mi casa que es mejor comprarme un vestido que invitarme a cenar. Si, definitivamente la comida me pierde.

Ese mismo día asistimos a una milonga de tarde. Acababa de ponerme las sandalias de baile cuando recibí una invitación. Me dirigí a la pista. Iba vestida con unas babuchas negras y un top, ropa de lo más cómoda y adecuada para esa milonga. Sin embargo, las babuchas anchas tienen un pequeño problema: es fácil enganchar un tacón en ellas cuando haces un adorno. Y sucedió exactamente eso. Afortunadamente el pantalón no llegó al suelo, solo a bajar un poco cuando mi tacón arrastraba la prenda hacia el piso, hasta que me las apañé para soltarme. Mi compañero de baile, bicho y amigo, no perdió oportunidad y me dijo: "azul... te la va a ver toda la milonga". Entré en estado de pánico pensando que mi babucha no estaba todavía en su sitio y mostraba algo de lo que no debería verse. Justo entonces caí en la cuenta de que no llevaba nada azul debajo, de que no se me veía nada, y de que otra vez, tenía a alguien delante mío partiéndose de risa. Me dieron ganas de estrangularlo.

Y como suelen decir, no hay dos sin tres.

Faltaba muy poco para terminar la milonga. Me senté un rato para masajearme los pies, que me dolían terriblemente después de todo un fin de semana bailando. Justo en ese momento sonó Pugliese. Me encanta, aunque he de confesar que muchas veces me resulta dificilísimo bailarlo. Aún así, me llegó una invitación de un estupendo bailarín, que me suele invitar cuando coincidimos en algún evento, aunque yo no estoy ni de lejos a su altura en cuanto al baile. Me dijo que para esa tanda estaba buscando a alguien con quien sabía que podía disfrutarla. Me encantó el halago y me puse roja como un tomate, consciente de que no era merecido. Le regalé una de mis mejores sonrisas y todo mi esfuerzo por intentar seguir su baile, que conseguí casi todo el tiempo, ya que al estar la pista medio vacía y el ser un chico muy alto, sus zancadas me hicieron sentirme como si al terminar la tanda hubiera corrido una maratón. Luego me senté a reponer fuerzas. Entonces se me acercó una amiga para preguntar si le conocía y si se lo podía presentar. Con mis manos en uno de los cierres de mis sandalias, dispuesta a quitármelas y dar por finalizada la milonga, al menos para mi, le comenté que me sentía como si hubiera corrido una maratón. Ella me miró y bromeó: "bueno, eso explica porqué las suelas de tus zapatos sacan humo...". Supongo que estaba tan cansada que no vi venir la broma y el absurdo de lo que me decía, y para variar, me lo creí por un instante. Miré las suelas de mis zapatos horrorizada, y luego simplemente sentí ese familiar deseo de estrangular a alguien cuando partiéndose de risa me miró y dijo "no me lo puedo creer! ja, ja, ja...".

lunes, 21 de abril de 2014

La milonga del sábado

En los festivales de tango de fin de semana la milonga más importante es la del sábado, independientemente de que sea en esa en la que se crea mejor ambiente, pero sí el Dj suele ser de mejor calidad, es la más concurrida y además, en la que a veces hay exhibiciones de maestros. 

La milonga de la que os voy a hablar era una de estas milongas de sábado. Tenía lugar en un hotel precioso con pista de parqué flotante, pero la organización acertó poco con la planificación del espacio para la milonga. La disposición de las mesas distaba de ser práctica, ya que estaban todas juntas a un lado de la pista, faltaban sillas, y las pocas con las que contaba la sala estaban contra la pared, alrededor de la espaciosa pista, dejando solo la posibilidad de circular por delante de ellas.

Sin embargo, en mi opinión, fue la iluminación lo que realmente condicionó la milonga. Hay un tango muy conocido llamado "A media luz", que es cómo yo considero que es el estado ideal de iluminación para crear ambiente a la hora de bailar un tango. Pero eso es precisamente lo que escaseaba allí: la milonga estaba excesivamente iluminada, dando una sensación de frialdad que a mí me hizo estar fuera de ambiente, como ausente y poco motivada para bailar. Además de que se veían todas las imperfecciones del maquillaje, tragedia para las coquetas milongueras.

También hubo algo que me llamó especialmente la atención: la original pero poco acertada idea de permitir que una especie de láser rojo y verde apuntara a las pocas mesas que había, olvidándose por completo de que aquello no era una discoteca sino una milonga. Fue ya al final de la velada, tras insistir varias veces a algún organizador que otro que por favor la apagaran, que dejó de molestar.

He de reconocer que la música y el ambiente estuvieron bien, a pesar de que el DJ tampoco tuviera una de sus mejores noches, ya que por lo general su música suele conseguir que la pista permanezca llena la mayor parte del tiempo. Pero, siendo sincera, creo que era más por la luz que por otra cosa o quizás a él también le cegaba un poco esa dichosa luz roja y verde.

Después de las críticas, las alabanzas. Los anfitriones se portaron de maravilla con la gente de fuera y pusieron mucha ilusión en el evento, acertaron plenamente con los maestros invitados, y también con el servicio de barra que fue impecable e incluso me atrevo a decir que uno de los mejores servicios que he encontrado nunca en una milonga.

jueves, 17 de abril de 2014

Emboscada cumpleañera

Un sábado, dos días antes de mi cumpleaños, fui a una de mis milongas habituales. Había sido muy discreta sobre la fecha en la que nací, ya que no quería sorpresas no deseadas en la milonga: me refiero a esa costumbre de obligar al cumpleañero a ponerse en el centro de la pista para que baile un vals con todos aquellos que quieran. Algunos consideran este homenaje como algo simpático, pero otros más bien como una tortura, algo que deseamos evitar. Así que las únicas personas que conocían la fecha de la discordia eran amigos cercanos, que sabían también de mi aversión por esa costumbre que hace que incluso oculte la fecha de mi cumpleaños en Facebook, a pesar de que me gusta celebrarlo con amigos, saber de ellos en ese día y hacer alguna fiesta.

Aquel día algunos de estos amigos se fueron de la lengua. Me prepararon una emboscada. Seguramente hasta confesaron que si me enteraba que iba a salir a la pista, buscaría alguna excusa para desaparecer. No me cabe duda de que fue planeado con la mejor de las intenciones, esperando que yo enfrentara a algo que me pone nerviosa y que ellos no comprenden y ven como una tontería. Para mi no lo es.

Sonó la primera tanda de tangos en la que recibía una invitación para bailar, ya que anteriormente solo había bailado valses. Él, un amigo milonguero con el que me encanta bailar y todo un caballero, me brindó una tanda preciosa. Al terminar, me agarró de la mano y me dijo que me quedara, con lo que supuse que quería repetir tanda, aunque no es su costumbre. Cuando vi que la gente iba desapareciendo, la siguiente tanda no empezaba, me empecé a poner nerviosa. Cuando vi acercarse a la organizadora de la milonga, empecé a sentir el malestar de verdad. Al menos no era la única cumpleañera, ya que mi amigo también celebraba el suyo, por lo que el vals lo empezamos bailando juntos, aunque de poco sirvió para calmarme. Luego no recuerdo que vino después ni con quien bailé, ni qué sonó. Intenté sobrellevar la tortura evitando mirar a la gente, manteniendo los ojos cerrados todo lo posible, y concentrándome en la música. Obviamente, fue en vano.

Tan pronto como la música cesó, busqué una silla al fondo de la sala, pedí un botellín de agua e intenté calmarme. El mal rato que había pasado hizo que me encontrara algo indispuesta y no fui capaz de volver a meterme en el ambiente de la milonga. Después de eso, ya no bailé más. Lo único que hizo que lo olvidara por unos instantes fue la sonrisa de dos amigas, a las que quiero un montón, cuando me entregaron un pañuelo precioso con un broche como regalo de cumpleaños. Poco después, sin despedirme de casi nadie, me fui a casa. A pesar de todo, me fui a dormir con una gran sonrisa. Aquella noche dormí de maravilla, supongo que por el estrés emocional y por lo agotada que me sentía.

domingo, 13 de abril de 2014

Lo que me derrite

A veces, bien por su inexperiencia, es decir, sin poder evitarlo, o porque va embalado y a lo suyo, el milonguero con el que bailas te arrastra al desastre: sientes un taconazo, un empujón, o algo peor. Dejas de oír la música y si continuas bailando, definitivamente lo haces con miedo, sin permanecer entregada ni a la música ni al abrazo. Otras veces, sin embargo, sabes que puedes cerrar los ojos y entregarte en cuerpo y alma porque quien te abraza tiene como objetivo hacerte disfrutar pero por encima de todo, protegerte.

Estaba con unas amigas milongueras cuando comenté en voz alta que me encanta bailar con milongueros que son capaces de hacer lo que sea por protegerme mientras bailamos y que cuando así siento que lo están haciendo, me derrito, me encanta. Estos milongueros suelen ser casi siempre experimentados, bailan suavemente aunque derrochen energía, son generosos y buena onda. Y para que vamos a mentir: nos vuelven locas a las milongueras.

A mis amigas les describí con detalles esos milongueros y esos momentos de los que hablo. A veces, bailando en abrazo cerrado con un milonguero, con los ojos cerrados y totalmente entregada a la música, de repente siento como él se para casi completamente en el sitio. Mientras esto sucede noto cómo él recoge el abrazo, pegando mis brazos a su pecho, hasta que a modo de escudo me veo rodeada solo por su cuerpo. Entonces abro los ojos y me doy cuenta de que estamos rodeados y que de ninguna manera nos vamos a librar de un golpe. Entonces comprendo que de esta forma, casi quieto, intenta evitar que alguien me golpee, y está alerta, dispuesto incluso a recibirlo él.

Cuando siento que esto sucede, simplemente me derrito. Es sin duda uno de los momentos más especiales y que me hacen sentir mejor en la milonga: la sensación de que me cuidan. En ese momento me enamoro por un solo segundo de mi pareja de baile. Del todo. Es parte de la magia del tango.

Lo que más me sorprendió descubrir en esta confesión pública de mis debilidades, fue que cuando describí en voz alta ese momento en el que él se para para protegerme, como si nada más importara, me di cuenta de que todas poníamos la misma cara de bobaliconas y nos derretíamos solo con pensar en un instante de esos. Fue un descubrimiento agradable saber que es una debilidad probablemente de toda milonguera, y no solo mía.

miércoles, 9 de abril de 2014

¿Aceptamos pulpo como animal de compañía?

Entiendo que organizar una milonga es mucho trabajo: hay que buscar local con un suelo decente, preparar la musicalización, adecuar la luz y la disposición de las mesas para crear una agradable ambientación, encargarse de que haya comida y bebida disponible, y muchos otros detalles.  

También entiendo que si la milonga tiene lugar en una sala de fiestas en la que normalmente la consumición mínima no baja de los 5 euros, y no quieres cobrar mucho más en la entrada de la milonga, que además va con consumición incluida, propongas a la sala de fiestas que solo puedan ser canjeables por la entrada aquellas bebidas que sean refrescos, botellas de agua o cervezas.

Me acuerdo una vez que fui a una de estas milongas que se celebraba en una sala de fiestas. No tengo ni idea del arreglo que hicieron los organizadores con los dueños del local y la barra, pero después de pagar mi entrada con consumición y bailar un par de tandas, me dirigí a la barra porque quería descansar un poco y tomar algo. Allí había una chica, seguramente contratada por los dueños del local para atender la barra mientras durara la milonga y con orden expresa de intercambiar nuestras entradas por refrescos, agua o alguna cerveza. No había vino, y sí había combinados, que se pagaban a parte. Hasta ahí todo perfecto.

Como había oído que daban café, pedí uno. La camarera vino hacia mi con una jarra de café "de puchero" ya hecho: no daban café de cafetera sino alguna cosa medio negra y aguada a la que llamaban café. Le dije que si no había café expreso, no quería café. Pedí agua. Ella entonces sacó una botella de plástico de agua con gas, empezada, y se disponía a servirme cuando le dije que tampoco quería eso, que quería agua sin gas. No había agua sin gas. Como no tenía opción de pedir una bebida sin gas, decidí pedir una coca-cola. De nuevo, la camarera sacó de debajo de la barra una botella de litro y medio de coca-cola empezada y me sirvió un vaso de plástico. A estas alturas, ya no dije nada. Estaba alucinada puesto que eso era una sala de fiestas con poca gente, y no una verbena de un pueblo de mala muerte lleno de borrachos donde no se pueden dar vasos que no sean de plástico. En fin, sus razones tendrían.

Mi alucine se transformó en enfado cuando al darle el primer trago a mi refresco, descubrí que aquello era una especie de bebida de cola, no una coca-cola, casi sin gas y encima bastante más caliente de lo que debería estar. Entonces miré a la camarera y le dije: "¿me puedes decir por favor qué es esto?" y me respondió: "coca-cola, como has pedido". Levanté las cejas, la miré de nuevo y luego me dio un ataque de risa. Decidí no perder más el tiempo y aceptar pulpo como animal de compañía, al menos ante la camarera, aunque no así ante los organizadores de la milonga. Con ellos tuve una pequeña charla sobre el asunto y les di mi opinión sobre lo mal que me parece que, si organizan una milonga en la que hay consumición incluida con la entrada (es decir, estás pagando una consumición), lo lógico es que la bebida sea de una calidad mínima para que la gente no se sienta estafada. Pero hay otras opciones, por ejemplo no ofrecer consumición con la entrada.

sábado, 5 de abril de 2014

Amor, tinta y tango

Esta es la historia de un bonito detalle de amor. Los protagonistas, una pareja de milongueros que se conocieron en la juventud y que jubilados como están, siguen juntos, abrazándose entre milongas.

Me acuerdo cuando los conocí en una milonga local. La primera vez que crucé una palabra con él fue al acercarme a su mesa de una forma que yo creía discreta, para comprobar si entre el puñado de caramelitos que había sobre las mesas quedaba alguna picota (esos caramelitos rojos con forma de bola por los que esta milonguera pierde la cabeza). Él se dio cuenta de la estrategia y sonriendo me dijo que ya no quedaban mientras yo me ponía roja como un tomate.

En la siguiente milonga en la que coincidimos él se acercó a mi sonriendo, abrió la mano, y me ofreció un tesoro: un puñado de picotas que él había recolectado para mi. Casi hasta me emociono por el bonito gesto, y con ese puñado de picotas me ganó: no tuve dudas en ese momento de que ese milonguero y yo íbamos a compartir muchos abrazos. Cuando además me presentó a su mujer, conecté enseguida con ella, y  entonces también supe que con ella iba a compartir momentos muy especiales.

Llegó una fecha señalada en la vida de esta pareja: esa en la que una persona que ha trabajado duramente toda su vida, se jubila, pasa al estado "jubiloso", puesto que a partir de entonces dispone de tiempo para él y su mujer, para viajar, pescar, dedicar a la familia y para bailar tango. En aquel momento tan importante de cambio en su vida ella quiso hacerle un regalo original, especial, que yo descubrí durante el siguiente verano, cuando las camisas de manga corta empezaron a sustituir a las de manga larga. Un día de esos en los cuales aprecié que situado en la parte interior de su antebrazo lucía un precioso tatuaje de una pareja bailando tango. Abrí los ojos como platos y mi curiosidad fue más grande que yo y pregunté, y así es como supe su historia. 

Es en el tango donde he visto a varias parejas ya, que al mirarlas hacen que una se conmueva por el cariño y conocimiento palpable entre ellos, su amor y complicidad. Envidio eso que veo en ellos y me siento afortunada de poder ser testigo de estos pequeños detalles y momentos, ya que me hacen vivirlos como si yo fuera parte de ellos.

martes, 1 de abril de 2014

Hablando de un tema espinoso

Me costó muchas experiencias de todo tipo el darme cuenta de que el humor, el sentido común y la educación son culturales. Los pilares básicos en los que se apoyan son los valores y normas transmitidos dentro del núcleo familiar y dados por la sociedad que rodean a la persona que los recibe. Pero siempre hay que tener en cuenta que a todos no nos enseñan lo mismo y por tanto nuestros pilares a veces se pueden llegar a parecer, pero casi nunca son idénticos.

Por esta razón soy partidaria de que deberían existir clases quizás llamadas "códigos milongueros" en los que no solo se hable de los códigos milongueros en sí mismos, como la circulación en la pista, las diferentes formas de invitar, y otros, sino también de otros temas importantes que son clave para que dos personas que no se conocen, separadas apenas unos centímetros las unas de las otras, estén a gusto: hablo por ejemplo de la higiene.

Estoy completamente segura de que hay personas a las que les han enseñado desde pequeños que hay que ducharse dos o tres veces al día, otras a las que hay que asearse una vez al día y otras a las que por los motivos que sea, solo es recomendable o suficiente con dos o tres veces a la semana o incluso menos. Ocurre lo mismo con el lavado de la ropa y muchas otras cosas. Para los que se duchan dos o tres veces al día, puede que los que lo hacen dos o tres veces por semana les parezcan unos guarros, y para estos últimos, los otros unos exagerados y además unos inconscientes por someter a su piel a tantos químicos, pero cada uno tiene sus razones para pensar como piensa y hacer lo que hace, y por eso, debemos ser respetuosos los unos con los otros.

Ahora bien, en la milonga hay que tener en cuenta que hay gente muy sensible a los olores y que lo ideal sería que todos estemos cómodos y relajados, incluso los más sensibles. Hay que tener en cuenta que una invitación de baile puede ser aceptada o rechazada por la comodidad o incomodidad con el olor corporal de una persona, el olor de la ropa, el aliento, e incluso por el perfume.

Con respecto a los olores corporales, mi consejo es que estés en cualquiera de los grupos que he mencionado antes en cuanto tus hábitos de limpieza y ducha, hagas lo siguiente: que tu día y hora de aseo coincida con el momento más próximo antes de ir a la milonga, es decir, si te duchas tres días a la semana, mejor que coincida el día de la milonga y a ser posible, antes de la milonga; si eres de los de diario, que coincida antes de ir a la milonga; si eres de los de varias veces al día, pues antes y después de la milonga y todas las otras veces que desees.

Con respecto al olor de la ropa, sucede algo así como con el aseo personal puesto que hay gente que lava la ropa después de cada uso y otros que no. Mi consejo por tanto es similar al de los olores corporales: siempre lo limpio, antes de ir a la milonga. El tabaco debería tener un capítulo aparte, pero es bueno hacer saber que para algunas personas es un olor desagradable y por tanto equivale a ir sin duchar, con ropa sucia, sin perfume o con exceso de él.

Con respecto al aliento, hay que entender que hay gente que por problemas de salud no tiene buen aliento. Pero la buena noticia es que hay soluciones para casi todo. Lo primero es saber si tienes o no buen aliento, puesto que a veces uno no es consciente de sus propios olores porque se acostumbra a ellos. Para saber si tu aliento es agradable o no, hay un truco que no falla: vas a un lugar privado (por ejemplo un aseo) y te lames la parte interna de tu muñeca, luego acercas la nariz y te sorprenderás al oler tus propios olores como los olerían los demás. Los chicles y los caramelos son la mejor de las soluciones. Yo soy partidaria de que en todas las milongas se regalen caramelitos, para que los despistados que se los han dejado en casa.

Con respecto a los perfumes, mi consejo es que si usas un perfume intenso, mejor usarlo con moderación, ya que a la gente sensible a los olores, el exceso puede provocarles rechazo o malestar. Yo soy más partidaria de usar perfumes frescos y en poca cantidad, y por si a alguien le sirve mi costumbre, suelo ir con una muestra de perfume en la bolsa de los zapatos para usarla cuando es necesario. Creo que es mejor esto último que pasarse con la dosis en una primera vez. Lo que no cabe duda es de que el perfume o agua de colonia es necesario, y a veces incluso una buena elección de perfume puede hacer que una milonguera se derrita al abrazar a su compañero: hay chicos que huelen de maravilla y solo con eso, aunque luego te pisen, hace que la tanda merezca la pena.